lunes, 24 de junio de 2013

Los hombres que no amaban a las mujeres Por Constanza Moreira

Los hombres que no amaban a las mujeresPDFImprimir
Lunes, 24 de Junio de 2013 14:39
 Por Constanza Moreira*
Ayer se cerró un capítulo en el debate sobre la despenalización del aborto en Uruguay, con el fracaso estrepitoso del llamado a un referéndum para derogar la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Apenas se consiguió la tercera parte de las adhesiones necesarias para impulsar el referéndum, y eso puso fin a las aspiraciones para anularla. Resta ahora luchar por su implementación: esto es, por hacer que el derecho a una atención sanitaria eficaz y en tiempo sea igual para todas las mujeres en el territorio, con independencia de su situación, condición económica, o lugar de residencia.

A lo largo del debate, los argumentos de quienes propugnaban derogar la ley, fueron cambiando. El famoso “derecho a la vida”, con su innegable ropaje religioso, fue perdiendo peso. Un argumento difícil de entender para los mortales de a pie, y que no se sostiene en ningún controversia jurídica. Arreció entonces la idea de que había que ir a votar, porque siempre es bueno ejercer nuestro derecho ciudadano. Pero este argumento, el del “ritualismo democrático” (votar es bueno, independientemente de lo que se vote), tampoco convencía a nadie. De hecho, fue el que esgrimieron los políticos que fueron a votar, porque era difícil decir que estaban en contra de la ley. Y este es el quid de la cuestión. ¿Por qué no podían manifestarse abiertamente en contra de la ley?
La razón es simple: nadie en su sano juicio cree que una mujer que se practique un aborto debe ir presa. No lo creen los jueces, ni los políticos, ni la policía. No lo cree ni siquiera el Diputado Abdala, principal impulsor del referéndum. El sostuvo, a lo largo de los debates, que el aborto debe ser descriminalizado, por supuesto, pero ¿cuál era la alternativa? La ley podría tener muchos defectos, pero tenía dos virtudes que nunca fueron puestas en cuestión: la descriminalización de la mujer, y una política sanitaria integral. Nadie fue contra esto porque nadie puede estar en desacuerdo con esto. Y por ello se evitó centrar la discusión en el corazón mismo del debate: la ley.
Sin embargo, y como el propio Abdala subrayó repetidas veces, el impulso a la derogación fue un éxito político: tuvo el apoyo de todos los precandidatos de todos los partidos políticos; del Partido Nacional, del Partido Independiente, del Partido Colorado, y del Frente Amplio. Ninguno faltó a la cita.
Los precandidatos escucharon mal “la voz del pueblo”, o más bien, el “silencio del pueblo”. Perdieron sintonía con los dos sectores de su electorado más sometidos al silencio político: los jóvenes, y las mujeres. No saben cómo piensan, no saben cómo sienten, no los interpretan. Que toda la clase política de primera línea haya ido a votar un referéndum para derogar la ley que despenaliza el aborto, es una primera señal. Bastante negativa, por cierto.
Yo me pregunto: ¿acaso estos hombres no aman a las mujeres? ¿Acaso no saben que miles de mujeres abortan todos los años? ¿Acaso no saben que los embarazos no deseados también se producen por hombres que se niegan a usar métodos anticonceptivos? ¿Acaso no saben que obligar a una mujer a llevar a cabo un embarazo que no desea es una violación a sus derechos más elementales? ¿Acaso no se enteraron que el embarazo debe ser deseado y querido? ¿Acaso no saben que las consecuencias de sus actos recaen sobre las mujeres todas, en mucho mayor medida que los hombres? ¿No han pensado nunca quién se hace cargo de los niños, de los ancianos, de los que precisan cuidado? ¿Nunca pensaron que a las mujeres hay que quererlas un poquito más, hay que cuidarlas un poquito más, y sobre todo, hay que escucharlas un poquito más?
No, me contesto. Estos hombres no aman a las mujeres. Y lamentablemente la política también es emoción, compromiso, fraternidad, identidad. La representación era eso: que la gente se “espeje” en el representante y se sienta entendido, contenido, apreciado. La movilización de afectos e identidades en esta campaña, no alcanzó a sus principales líderes. Qué pena. Dejaron de entender algo importante. Abramos un tiempo de reflexión sobre lo que pasó y saquemos enseñanzas de los hechos. Para que nada pase en vano. Porque sin mujeres, no habrá política.

* politóloga y senadora por el Frente Amplio

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